lunes, 30 de mayo de 2011

FRANCISCO QUEVEDO



A Aminta, que se cubrió los ojos con la mano

Lo que me quita en fuego, me da en nieve 
La mano que tus ojos me recata; 
Y no es menos rigor con el que mata, 
Ni menos llamas su blancura mueve. 

La vista frescos los incendios bebe, 
Y volcán por las venas los dilata; 
Con miedo atento a la blancura trata 
El pecho amante, que la siente aleve. 

Si de tus ojos el ardor tirano 
Le pasas por tu mano por templarle, 
Es gran piedad del corazón humano; 

Mas no de ti, que puede al ocultarle, 
Pues es de nieve, derretir tu mano, 
Si ya tu mano no pretende helarle.

A la mar
La voluntad de Dios por grillos tienes, 
Y escrita en la arena, ley te humilla; 
Y por besarla llegas a la orilla, 
Mar obediente, a fuerza de vaivenes. 

En tu soberbia misma te detienes, 
Que humilde eres bastante a resistilla; 
A ti misma tu cárcel maravilla, 
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes. 

¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento 
De ocupar a los peces su morada, 
Y al Lino de estorbar el paso al viento? 

Sin duda el verte presa, encarcelada, 
La codicia del oro macilento, 
Ira de Dios al hombre encaminada.

A Celestina



Yace en esta tierra fría, 
Digna de toda crianza, 
La vieja cuya alabanza 
Tantas plumas merecía. 

No quiso en el cielo entrar 
A gozar de las estrellas, 
Por no estar entre doncellas.Que no pudiese manchar.


A un amigo que retirado de la Corte pasó su edad



Dichoso tú, que alegre en tu cabaña, 
Mozo y viejo espiraste la aura pura, 
Y te sirven de cuna y sepultura, 
De paja el techo, el suelo de espadaña. 

En esa soledad que libre baña 
Callado Sol con lumbre más segura, 
La vida al día más espacio dura, 
Y la hora sin voz te desengaña. 

No cuentas por los Cónsules los años; 
Hacen tu calendario tus cosechas; 
Pisas todo tu mundo sin engaños. 

De todo lo que ignoras te aprovechas; 
Ni anhelas premios ni padeces daños, 
Y te dilatas cuanto más te estrechas.

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